En el ámbito doméstico todo tiene una relevancia especial de cara al contacto con el usuario. Es el espacio más íntimo, en donde se pasan muchas horas y se hacen cosas que sólo se hacen en casa.
Además, la casa suele ser un reflejo de sus habitantes, fruto de sus gustos y voluntades, que pasa de estar vacía y desnuda, a ser vestida con un carácter que sólo responde a las elecciones de sus usuarios.
No hace falta irse a una casa decorada por un especialista o en la que se hayan invertido millones para darse cuenta de que todo lo que en ella está contenido tiene una marca, modelo, precio e historia.
Y cuando hablo de que todos los objetos del ámbito doméstico tienen marca no me refiero sólo a las sillas phantom que alguien pueda tener en su comedor, sino a los electrodomésticos, vajilla, pilas, bombillas y hasta el papel higiénico.
No he sido capaz de encontrar ningún ejemplo de producto que no se pueda atribuir a un fabricante dentro de casa. Y por fabricante, lógicamente, también se entienden las cosas artesanales, ya que si tienes una alfombra persa o un jarroncito hecho por tu hermanito, ambos son de marcas conocidas.
Me planteo de esta manera hasta qué punto la casa en la vivimos es nuestra casa. No lo es realidad, es la casa inundada por productos ajenos elegidos con mayor o menor criterio de manera que satisfacen nuestras necesidades y gustos en un momento determinado. No es fácil hacer del espacio en el que se vive tu casa.
Si bien IKEA puede parecen culpable de gran parte de esa falta de identidad, no lo es tanto como se cree, y que aunque todos tus amigos tengan la misma mesita LACK, cada uno de nosotros asociamos mil y una aventuras a ese producto, desde la compra, hasta el montaje con tus propias manos, una manera más de hacer tuyo un objeto.
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